ChatGPT no sustituye a un contable
¿Recuerdas cuando dijeron que los ordenadores acabarían con los administrativos? Aquel augurio apocalíptico se escuchaba en pasillos de oficinas y cursos de mecanografía, allá por los noventa, con el mismo tono solemne con el que se anuncia el fin del mundo. Bueno, no solo no ocurrió, sino que los administrativos siguen ahí, tan necesarios como siempre, solo que ahora acompañados de hojas de Excel en lugar de archivadores de anillas. Lo curioso es que los profetas del desastre resurgen con nueva cantinela: esta vez nos aseguran que ChatGPT va a sustituir a los contables. Y nosotros, claro, tenemos que asentir con cara de asombro mientras la IA nos cuenta que “la cuenta Debedro se suma a la Creto en la hoja de contrabilidad”.
El conocimiento contable no es un recetario de fórmulas universales, y pretender que lo es, demuestra un desconocimiento absoluto tanto del oficio como del contexto real de las empresas. La contabilidad no consiste en rellenar casillas automáticas, sino en entender qué hay detrás de cada número, de cada gasto, de cada ingreso y de cada maniobra fiscal y ese entendimiento no se puede entrenar con textos de Internet.
La ilusión de la máquina que lo sabe todo
Quien cree que ChatGPT puede sustituir a un contable seguramente también piensa que Wikipedia es la fuente académica definitiva y que el horóscopo de su app tiene base estadística. ChatGPT, como otros modelos de lenguaje, es una herramienta de predicción de texto, no un cerebro contable ni un experto en el Código de Comercio.
Es más, cuando se le pregunta por asuntos contables complejos, el modelo responde con asombrosa seguridad… aunque esté inventando las cifras, mezclando normativas o citando reglamentos de países ajenos. Ya hay casos de errores jurídicos graves generados por estos modelos, como el famoso caso del abogado madrileño que dio por defendido a su cliente (y casi por ganado el pleito) tras aportar en juicio, como quien entrega las Tablas de los Diez Mandamientos, un artículo del Código Civil… ¡de Colombia!
Contexto, contexto, contexto
Un contable humano conoce su empresa, conoce a sus clientes, a sus proveedores, a los trabajadores, a la administración pública con la que se relaciona, y a las peculiaridades del régimen fiscal al que se acoge. ChatGPT no conoce nada de eso. Y aunque se le entrenara con los datos de una empresa (algo que ya pone los pelos de punta a cualquier experto en protección de datos), seguiría sin entender lo que ocurre cuando aparece una situación inédita.
Porque en contabilidad, como en la vida, los problemas nunca vienen con etiquetas: un proveedor cambia de país, aparece un ingreso atrasado que se cobró en otra divisa, se pierde una factura en el limbo fiscal de las plataformas de afiliación. ¿Y qué hace ChatGPT ante eso? Sencillo: inventa una respuesta con tono confiado. No importa si es falsa, incoherente o incluso ilegal. Lo importante es que “suene bien” conforme al patrón de respuestas correctas que ha aprendido de otros asuntos.
La auditoría contable es clara al respecto: la dependencia tecnológica excesiva debilita el juicio profesional. Es decir, cuanto más se delega en sistemas automáticos, más se atrofia la capacidad crítica. No lo decimos los enemigos del progreso ni los luditas digitales: lo afirman los propios organismos profesionales que analizan la automatización.
Y es que el juicio profesional es lo que permite detectar una incoherencia en una línea de ingresos, prever el impacto fiscal de un contrato firmado hace seis meses o decidir si una inversión puede capitalizarse o debe considerarse gasto. Para estas decisiones, no basta con leer definiciones. Hace falta comprender el negocio, el marco legal, el calendario tributario y los intereses de la empresa. Hace falta una mente humana con experiencia, prudencia y sentido común. ChatGPT puede emular todo eso, claro. Como un loro bien vestido puede imitar al ministro de Hacienda.
Cuando la confianza se convierte en trampa
La verdadera trampa de ChatGPT no es que cometa errores: es que los comete con confianza. El modelo genera texto como si supiera de lo que habla y eso es justo lo que lo hace peligroso. Es el clásico compañero de clase que se inventaba respuestas con convicción y acababa convenciendo a medio grupo… hasta que el profesor corregía el examen.
En contabilidad, esta “falsa seguridad” es letal. Un profesional puede recibir un resumen generado por ChatGPT, darlo por válido sin revisarlo y presentar unas cuentas con errores graves. Puede confiar en una clasificación automática de partidas o en un modelo de previsión financiera que ignora el contexto real de la empresa y ni se entera hasta que llega Hacienda o el auditor.
A quienes piensan que llevar la contabilidad es simplemente aplicar normas mecánicas, convendría recordarles que las normas cambian, se interpretan y se adaptan; el Plan General Contable español se reforma, el criterio fiscal varía según comunidad autónoma, las exenciones y bonificaciones cambian cada ejercicio. ¿ChatGPT sabe eso? No. Sabe lo que leyó hasta la última fecha de su entrenamiento. Y no sabe cuándo lo que aprendió ha dejado de ser cierto.
Por no hablar de la creatividad: sí, la contabilidad también exige creatividad, en el mejor de los sentidos. Hay que idear estructuras fiscales que no sean agresivas pero sí optimizadas. Hay que anticiparse a problemas legales y proponer soluciones novedosas. Hay que manejar la ambigüedad y tomar decisiones cuando no hay precedentes. Y eso, por definición, no puede hacerlo un sistema que solo reproduce patrones.
La paradoja del automatismo: más trabajo, no menos
A quienes venden que la IA ahorra tiempo en tareas contables habría que explicarles lo siguiente: cuando confías en ChatGPT, debes revisar todo lo que produce. ¿Dónde está entonces el ahorro? Si tienes que contrastar cada dato, revisar cada cifra y verificar cada fuente… estás haciendo el trabajo dos veces pero con más estrés.
Y eso suponiendo que el modelo no haya filtrado datos confidenciales. Porque no olvidemos que cada vez que se introducen datos reales en una IA pública, se corre el riesgo de ceder información sin protección. En marzo de 2023, por ejemplo, se filtraron datos de usuarios de ChatGPT Plus. ¿De verdad quieres que tu balance o las nóminas de tu empresa pasen por esos servidores?
El contable: insustituible, por mucho que moleste
La figura del contable molesta a algunos porque es uno de los últimos baluartes del sentido común en la empresa. Su labor no se limita a sumar y restar, sino a hacer de traductor entre el lenguaje financiero y la realidad empresarial; sabe cuándo hay que preocuparse, sabe cuándo se puede ser flexible y sabe cómo actuar ante imprevistos.
Y todo eso no se aprende leyendo foros ni absorbiendo PDFs: se aprende trabajando, cometiendo errores, enfrentándose al BOE y escuchando al cliente. ChatGPT, por mucho que impresione con su dominio del lenguaje, no ha pisado una gestoría, no ha defendido a un autónomo ante la Agencia Tributaria, no ha vivido un cierre contable y no lo hará nunca.
Quizá dentro de unos años, alguien invente un sistema que entienda el contexto, se adapte al marco legal cambiante, maneje datos privados sin riesgos, y pueda improvisar soluciones ante lo inesperado. Pero eso no será ChatGPT. Y hasta que llegue ese día, si llega, más vale tener a un contable de carne y hueso cerca. Porque de la “contrabilidad” automática a la catástrofe fiscal hay un solo paso. Y a veces ni siquiera hace falta darlo: basta con confiar en el sistema equivocado.
